Los Universos Superheroicos son unos sitios en los que cuando obtienes poderes o te haces héroe o te haces villano. A nadie se le ocurre hacerse registrador de la propiedad o peritoagropecuario. Es más, como hay más villanos que héroes, obtener poderes debe ser malo para la salud mental y moral, porque tienes una alta probabilidad de dedicarte al mal.
Desde que Superman apareció por primera vez salvándole la vida in extremis a un condenado a muerte o protegiendo a una víctima de los malos tratos, los súper se han dedicado a ser héroes. Sin embargo la novela Gladiator (Phillip Wyllie, 1930), precedente del género, presentaba a su protagonista, Hugo Donner, intentando aplicar sus poderes a la práctica deportiva o como soldado en la I Guerra Mundial, y siempre encontrando el rechazo de los demás. Cuando Donner decide que quiere cambiar el mundo no se pone una capa ni un antifaz, sino que intenta influir en la política. Con poco éxito, por cierto, porque hay poderes y poderes.
Poquita gente ha explorado, al menos en tebeo, cómo sería un mundo en que la gente tuviera poderes y se dedicara a asuntos mundanos. ¿Cómo serían las competiciones deportivas? ¿Afectaría al mercado laboral? ¿A la economía? ¿La política? Seguro que sí, pero escribir historias de supertipos que lo arreglan todo a guantazos es más divertido y, sobre todo, más popular.
Heroes iba, al menos en un principio, en esa línea. El policía Parkman usando su telepatía para resolver crímenes sería un buen ejemplo de lo que quiero decir. O que haya un grupo de empresarios que han gestado su posición política y económica gracias, se supone, a sus poderes. Lástima que al final todo sean estúpidos viajes en el tiempo.
En tebeo yo recuerdo The Psycho, la obra de James D. Hudnall y Dan Brereton editada por DC, donde el primer Super Soldado mata a Hitler y se convierte en Presidente de los Estados Unidos, mientras el suero que da poderes se vende en el mercado negro.
En Wildcats 3.0, Spartan pasa de superhéroe robótico a empresario robótico, basando su estrategia en pilas de energía inagotable que cambian los hábitos cotidianos del público. El subtítulo de esta etapa era “Cultura corporativa para un mundo mejor”, una pista de que no hacen falta superpoderes para cambiar el mundo. Uno de los protagonistas era un controlador de mentes que usaba su poder para vengarse de su jefe cepillándose a su mujer. Nada de salvar al mundo ni de intentar dominarlo. Sólo algo tan humano como la lujuria y venganza. Joe Casey hizo un magnífico trabajo en esta serie con la ayuda del infravalorado Dustin Nguyen, pero las ventas no acompañaron y tuvo que darle un horrible final con una batalla entre Zealot y el grupo de Coda que ella creó.
En paralelo a Wildats 3.0, Wildstorm lanzó la excelente Sleeper, una historia de agentes encubiertos y gángsters con superpoderes, sin trajes ni capas. La historia era buena de por sí, y los superpoderes eran una parte más del conjunto. Quizás esa sea la fórmula.
Una fórmula maravillosamente desarrollada por Brian K. Vaughan en Ex Machina, donde el protagonista tiene la habilidad de hablar con las máquinas. Todos los hacemos, para insultarlas mayormente, pero a él le hacen caso. Cuando salva una de las Torres Gemelas decide abandonar su incipiente carrera de superhéroe y postularse como Alcalde de Nueva York. La serie es una estupenda historia política en la que los superpoderes del protagonista son sólo un elemento más.
A mí me gustaría leer más historias así. No ya porque las de los ejemplos anteriores sean buenas, sino porque el tema me interesa, y mucho. Ahora bien, me da la sensación de que somos pocos.
Desde que Superman apareció por primera vez salvándole la vida in extremis a un condenado a muerte o protegiendo a una víctima de los malos tratos, los súper se han dedicado a ser héroes. Sin embargo la novela Gladiator (Phillip Wyllie, 1930), precedente del género, presentaba a su protagonista, Hugo Donner, intentando aplicar sus poderes a la práctica deportiva o como soldado en la I Guerra Mundial, y siempre encontrando el rechazo de los demás. Cuando Donner decide que quiere cambiar el mundo no se pone una capa ni un antifaz, sino que intenta influir en la política. Con poco éxito, por cierto, porque hay poderes y poderes.
Poquita gente ha explorado, al menos en tebeo, cómo sería un mundo en que la gente tuviera poderes y se dedicara a asuntos mundanos. ¿Cómo serían las competiciones deportivas? ¿Afectaría al mercado laboral? ¿A la economía? ¿La política? Seguro que sí, pero escribir historias de supertipos que lo arreglan todo a guantazos es más divertido y, sobre todo, más popular.
Heroes iba, al menos en un principio, en esa línea. El policía Parkman usando su telepatía para resolver crímenes sería un buen ejemplo de lo que quiero decir. O que haya un grupo de empresarios que han gestado su posición política y económica gracias, se supone, a sus poderes. Lástima que al final todo sean estúpidos viajes en el tiempo.
En tebeo yo recuerdo The Psycho, la obra de James D. Hudnall y Dan Brereton editada por DC, donde el primer Super Soldado mata a Hitler y se convierte en Presidente de los Estados Unidos, mientras el suero que da poderes se vende en el mercado negro.
En Wildcats 3.0, Spartan pasa de superhéroe robótico a empresario robótico, basando su estrategia en pilas de energía inagotable que cambian los hábitos cotidianos del público. El subtítulo de esta etapa era “Cultura corporativa para un mundo mejor”, una pista de que no hacen falta superpoderes para cambiar el mundo. Uno de los protagonistas era un controlador de mentes que usaba su poder para vengarse de su jefe cepillándose a su mujer. Nada de salvar al mundo ni de intentar dominarlo. Sólo algo tan humano como la lujuria y venganza. Joe Casey hizo un magnífico trabajo en esta serie con la ayuda del infravalorado Dustin Nguyen, pero las ventas no acompañaron y tuvo que darle un horrible final con una batalla entre Zealot y el grupo de Coda que ella creó.
En paralelo a Wildats 3.0, Wildstorm lanzó la excelente Sleeper, una historia de agentes encubiertos y gángsters con superpoderes, sin trajes ni capas. La historia era buena de por sí, y los superpoderes eran una parte más del conjunto. Quizás esa sea la fórmula.
Una fórmula maravillosamente desarrollada por Brian K. Vaughan en Ex Machina, donde el protagonista tiene la habilidad de hablar con las máquinas. Todos los hacemos, para insultarlas mayormente, pero a él le hacen caso. Cuando salva una de las Torres Gemelas decide abandonar su incipiente carrera de superhéroe y postularse como Alcalde de Nueva York. La serie es una estupenda historia política en la que los superpoderes del protagonista son sólo un elemento más.
A mí me gustaría leer más historias así. No ya porque las de los ejemplos anteriores sean buenas, sino porque el tema me interesa, y mucho. Ahora bien, me da la sensación de que somos pocos.
5 comentarios:
Yo tambien me apunto a leer más de eso...y a pasar una noche por casa de Jeph Loeb y saludarle con mi bate de baseball.
Pues yo te recomendaría, si es que no lo has leído, el Concrete de Paul Chadwick (Norma ha recopilado en 7 tomos la serie completa), para mí el mejor acercamiento al tema que mencionas en el post, con permiso de Watchmen, claro.
Creo que el Daredevil de Ann Nocenti puede ser uno de esos tebeos; a veces creo que los escanearía borrándole el uniforme al Daredevil si fuese capaz. Pero también existe el deslice of live superheorico (el bueno, no ese otro con superhéroes quejosos que van llorando por lo que hicieron hace treinta años). Como esa historia pequeñita de Ann Nocenti y David Mazzuchelli con Angel. O aquellas de John Byrne en la que vimos hablar a Mandíbulas.
The Psycho y Un mutante en Megalópolis andan entre mis tebeos favoritos.
Bruce: Me apunto. Yo llevo el puño americano.
Werewolfie. Reconozco los méritos de Concrete,pero nunca me ha llegado.
Ismael Fancito: Qué bueno es el Daredevil de Nocenti y Romita. La etapa de Bendis y Brubaker podría entrar también en el tipo de comics de los que hablamos.
A mi concrete me aburre, lo siento. Creo que es porque lo he leído con demasiados años de retraso.
Yo no te recomiendo porque supongo que ya los has leído dos cómics que tratan este tema: "Top Ten" y "Astro City".
Generalmente esa preocupación por cómo se adaptan las personas con poderes a un mundo "normal" suele dar muy buenos cómics. "Ex Machina" es una buena muestra de ello.
Impacientes Saludos
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