lunes, 28 de marzo de 2016

EL HOMBRE DEL HOY

ECC publicó hace poco Superman: Fuerza, una historia  escrita por Scott McCloud en su habitual tono naif y que se sitúa a caballo del Superman pre New 52 y el de la serie de animación. La tesis de este cómic es que la Fuerza de Superman no está en sus poderes sino en su integridad moral, concretamente en su capacidad de mantener su palabra contra toda circunstancia.


Superman: ladrillos
El villano de la historia atrapa a Superman de manera que le es imposible liberarse, pero ante una catástrofe que amenaza vidas humanas consigue que el malo le deje libre con la promesa de volver a su cautiverio. Superman, no podía ser de otra forma, cumple con lo prometido, demostrando su superioridad moral. Cada vez que se le necesita Superman debe convencer al villano para que le deje ir y volver.

En realidad lo que demuestra Supeman es que es un irresponsable porque deja la vida de todas las personas a las que podría salvar en manos de los caprichos de un villano, en vez de intentar escapar aunque sea engañando a su captor rompiendo su palabra. Superman es un engreído que piensa que su palabra está por encima de esas vidas. Sin embargo esta historia es totalmente coherente con la descripción moral que se ha hecho del personaje durante casi toda su historia y que alcanzó su epítome en las películas de los años 70. También es un ejemplo de por qué el personaje ha perdido aceptación entre el público actual.

El mantra “es muy difícil escribir a Superman” no significa que los niveles de poder y competencia del personaje hacen difícil escribir una amenaza a su altura, sino que a un personaje de moral tan elevada e inamovible, el boy scout definitivo, es muy difícil encontrarle un reto moral a su altura.

En el Superman de Donner y Reeve (1978) el conflicto moral consiste en si Superman debe o no interferir en el destino de la humanidad. Lo resuelve en la famosa/infame secuencia en la que hace girar la Tierra al revés (una representación de viajar hacia atrás en el tiempo según algunos) evitando así los daños del misil nuclear y salvando, de eso se trataba realmente, a Lois Lane, creando además una paradoja temporal cuya discusión hubiera hecho estallar el internet de aquella época.

Superman II, dirigido por Richard Lester (1980) nos presenta el conflicto entre la responsabilidad hacia los demás y los propios deseos de formar pareja con una humana, conceptos totalmente incompatibles según el holograma cabezón de Jor El. Ganan los propios deseos, al precio de perder los poderes que sólo recupera por una puñetera casualidad, ejemplo de un guión que es un puñetero desastre de principio al fin, por mucho que recordemos con cariño la película y al maravilloso Christopher Reeve. Película en la que los villanos son arrojados sin poderes a un pozo sin aparente fondo. No sólo eso, sino que Superman toma la decisión unilateral de borrarle a Lois el conocimiento de su personalidad secreta mediante un superbeso. Pero, eh, esta es la película favorita de los que dicen que Superman no mata y tiene una catadura moral superior al resto. 

Lo cual nos lleva a la reciente encarnación del personaje en las dos últimas películas, en las que se reconoce una reflexión sobre los que significaría ser Superman en nuestro cínico y  posmoderno mundo en coherencia con la visión nolaniana que Warner ha elegido para sus películas de superhéroes.

Si alguna dificultad tiene escribir a Superman es que éste es percibido como alguien infalible física y moralmente, lo cual impide la evolución (el famoso “arco de personaje”) y lo convierte en algo aburrido. Eso explica la gran cantidad de conceptos y mundos del Superman de la Edad de Plata: se compensaba la inamovilidad del personaje con un background cada vez más amplio.

La solución es convertirlo en un personaje en formación y evolución, tanto internamente como en relación con el mundo que lo rodea para el que ya no es un ídolo inamovible sino un personaje cuanto menos controvertido, que provoca recelos dado su nivel de poder y las consecuencias de sus actos. Es un mundo en el que la brutalidad de Batman es aplaudida en el Gotham Gazette, y el Daily Planet, a las primeras de cambio, pone en cuestión al héroe de Metrópolis. Un mundo que se parece mucho al nuestro. Un mundo que ni por un segundo cuestiona que Superman le quebrara el cuello a un asesino de masas, como casi nadie cuestiona que los drones americanos revienten líderes del ISIS. La gracia es que mentir tampoco está moralmente bien y tenemos un personaje que lleva 80 años engañando a todo su entorno y eso sí que lo justificamos.

Tenemos además a unos padres que están hechos un lío, que lo único que quieren es proteger a cualquier precio a su hijo, como cualquier padre que se precie, y no saben cómo aconsejarle o encauzar lo que tienen entre manos. Todo esto nos da un nuevo Superman que es la inseguridad personificada, repleto de buenas intenciones pero sin tener claro cómo hacer las cosas, de su lugar en el mundo. Un personaje interesante. Alguien que jamás pensaría en matar pero que lo hace en lo que no dejaba de ser una manera nada sutil por parte de los autores de resolver metafóricamente un conflicto, otro, entre la herencia y la educación. Decía Dan Slott en su twitter que es incapaz de imaginar una situación en la que Superman se viera obligado a matar. Yo lo que puedo hacer es imaginar un contraejemplo a cualquier solución alternativa a matar a Zod en el famoso/infame final de Man of Steel. Ahí lo dejo.

Lo que hace a Superman no es sus poderes, su invulnerabilidad física y moral. Lo que lo hace es precisamente su fragilidad interna y su capacidad de sacrificio e inspiración, capaz de hace cambiar sus brutales métodos a un encallecido vigilante y de sugerirle la necesidad de unir fuerzas con otros como ellos. Podemos discutir los detalles y las formas, podemos pensar que se equivocan, pero lo interesante es que un equipo creativo y una gran empresa se han arriesgado a dar nueva forma a un mito.

Superman sigue en construcción. Lo ha estado toda su existencia. Pretender que se quede anquilosado en la visión que tienen algunos basados en una época muy concreta del personaje es negarle la evolución, producto del egoísmo infantil impropio del personaje que dicen admirar. Aunque como ya hemos dicho, el personaje que dicen admirar, visto de cerca, resultaba infantil y egoísta.

¡Supermanes para todos! ¡Que me los quitan de las manos!

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